La facultad de los dedos
consiste en desdoblar
fragmentos inconclusos,
cartas sin remitente
que la semántica, muda, describe.
El silencio arrollador
de la geografía de los pliegues
nos revela su amparo;
táctil y sutilmente.
A veces bestial,
amarrado a la fórmula del encantamiento,
el papel se transforma en cuerpo;
liquidámbar en reposo,
otoño más formal
de los intentos por poseernos.
El plegado asegura
la dirección del trazo;
el dibujo de la voz
que furtiva y pausada
va dislocando
aquellas articulaciones
sensibles al ruedo.
Cada origami es un pedacito vestido
que la yema somete.
Su intemperie
acoge maullidos de gato
o libélulas
o mariposas
anáforas y abstractas al nado
que se entregan,
sin pausa,
al secreto de nuestra devoción.