Digamos que con días soleados se nos espanta el provecho de la abulia. Las manos recogen ofrendas que el astro cautiva. Generamos sinceras manifestaciones de sed y luego arremeten los tatuajes en las nervaduras.
Hoy mi madre se asemeja al panda de Ranma 1/2 y pido prestado un gato a un personajito generoso que no deja de cautivarme por hermético.
Conozco la reiteración que a la boca antecede. Estoy plenamente segura de que al cerrar las celosías, escapa un grito avivado por la velocidad del roce. En cada cama, amigos imaginarios pernoctan sobre nosotros. Son las sombras. El léxico nos improvisa una coma enredada en el pliegue de las sábanas.
¿Por qué no apagamos la luz?