Un pez saltaba de charco en charco por esos mares que deja la lluvia en el asfalto. Sol, vapor de agua. La calle seca y el pez con una O que se hace minúscula en su boca. Escamas partidas. Una mano, una bolsa de plástico. ¿Era tu red? ¿Está ahí, en tu mar?, ¿en tu acuario?
En su estado primigenio, la larva tiñó sus agallas con el velo impreciso de la evolución; ruptura celeste o humedad cutánea avalada por su metamorfosis. Escuchó la señalada una esquirla en mitad del lagrimal, convenciéndose de la trizadura de sus bordes. Hubo un momento para aunar las cloacas y los esfínteres. Muy a menudo se presentó al acecho de animalitos menores y pequeñas plantas, aunque la larva estaba para otras cosas. Exceptuando las branquias y el dimorfismo sexual, todo en ella se resolvía como un claro silencio frente al reproche. Agazapada en la mirilla, antecedió las respuestas ante posibles interrogaciones. Luego; un cuello, una vértebra, una boca. Más allá, el colmo de su espacio: su carencia; su secreto de anfibia.
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Un pez saltaba de charco en charco por esos mares que deja la lluvia en el asfalto. Sol, vapor de agua. La calle seca y el pez con una O que se hace minúscula en su boca. Escamas partidas. Una mano, una bolsa de plástico. ¿Era tu red? ¿Está ahí, en tu mar?, ¿en tu acuario?
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