9 de diciembre de 2008

Decúbito dorsal

Nuestro primer hijo nacerá de pie
con la carne al aire
y antifaces de espuma.

No sabremos cómo decirle, y cuando debamos explicar que tú y yo... Entonces inventaremos morisquetas y sonreiremos mordiéndole suavemente las manos.
Enterraremos el exceso de placenta y su alumbramiento será siempre un próximo parto, un hermano bastardo, un coito a medio terminar, porque los telares son también agujas que desenhebran colores en los volantines.

Nuestro primer hijo vendrá de espaldas,
como si al hacerlo
tú y yo nos hubiésemos mordido
las zonas frágiles del abandono.

Su llanto será un enredo de Corrihuelas floreciendo a los pies de nuestra madriguera, y cuando se mueva celebraremos la pulcritud con que la naturaleza asoma, siempre tras un cardo con su violeta a medio usar. Yo le diré cuánto omitimos y que el verbo es un accidente contradictorio en la precisión de su juntura.

Nuestro primer hijo traerá un salvajismo inadecuado.

Entonces, lo llamaremos "Gnomo del Bosque", "Caracolito Disperso", "Salto de Agua" y luego lo cargarás sobre tu espalda balanceándolo como un carrusel que ante la sombra (no) cede.
Cuando lo veas venir de este abrasador agujero, toca levemente sus ojitos aferrando tu boca a la premura.

Nuestro primer hijo nacerá húmedo
y yo voy a lamerlo hasta sentir que es mío,
tan de coralitos y líquenes y musgos
que luego deberé dejarlo ir.

Tú vas a decirme que ya está, tocaremos el vacío que me nace en la matriz y nos repetiremos concienzudamente que se hace tarde, y ya no estamos para estas cosas.