8 de diciembre de 2008

Inquietud del Sosiego

Decir que basta un terroncito de azúcar, dibujando mentalmente un viaje en autobús.
Un conejo, un papelito blanco escrito en clases durante el primer día. Aquellos muros con epígrafes y lamentaciones.
Una manzana; un triángulo isósceles. Doblamos la página 14 de ese libro que nos grafica la soledad.
Y vamos viendo. Y vamos coreando seguimientos o carcajadas. Todo mental, como si la llamarada nos extinguiese.
Decir que nos gusta el marrasquino, que somos lobos, que no tenemos miedo, y morir de rabia y de amor conformes a los estímulos que el agua genera.
Conocer las cosas por sus nombres pero aún así bautizarles el borde. Por ejemplo, a una cereza llamarla "Amparo" o decirle "no me olvides" al gato de cerámica.
El cuerpo continúa siendo un diccionario de cambio constante. Nos lo revela nuestra última sonrisa, el siguiente parpadeo, la crucifixión de las mariposas; como tú y yo confesando diademas bajo la lluvia.
La madre le dice a la hija que un suspiro jamás estorba. Ella, en cambio, cierra la boca, pues no soporta la pesadez de su onomatopeya, y masticar es cuestión de costumbre.
Inquietud que el sosiego genera. Descubrir en el suelo una fotografía tamaño carnet o vernos a ti y a mí bajo un paraguas en pleno día soleado.
(El sujeto de la imagen sonríe. Sostiene un bolígrafo. Escribe su nombre, pero no se convence)
Los perros mueven la cola.
El aceite saturado de los fritos de coliflor es un laberinto semejante a la intervención de los monólogos. Como cuando yo pienso en dientes de león y te transmito telepáticamente el mensaje. Entonces, tú elevas un deseo por mí y yo nada más soplo, mirando el cielo que enrojece.
Yo te diría que insignificancias como ésa inspiraron "Alicia en el País de las Maravillas", sólo que ella merodeó el vértigo que nosotros jamás pactamos.
Decir que somos anfibios y declararnos constitutivos de aquella taxonomía. Habrá que analizar las variaciones del agua, los cambios climáticos, la muda de piel.
Sentarse a esperar el paso de un tren o escuchar cómo un reloj canta desenfrenadamente las doce.

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