21 de septiembre de 2008

Posdata

El perfil de los animales muertos gotea sobre la casa. Sus cadáveres juegan con burbujas de agua y de pronto una mano, una risotada, un vientecito viene a contarnos del helecho que enfría cada rocío con su lengua de esporas reproduciéndose en los ojos de los sin casa, que tararean con mesura la melodía de los innombrables.
En la esquina del patio, los más pequeños se balancean dentro de la acequia. Pobrecitos cuerpos, entumecidos y asfixiados por la nostalgia. Ya les tocará mencionarse entre ellos con el apodo adecuado, o un silencio bajo la muela del juicio.
Los mayores marcan límites como si esta realidad y la otra se fusionaran en algún lamento de anfibio huacho que deambula por las estanterías en busca de abrelatas para el azúcar.
En hábiles cubitos disuelven nomeolvides, recordando siempre que los fantasmas prefieren un cuartito desierto, o un índice golpeándoles insistentemente el hombro.
La mesa está dispuesta para esa chorrera de algodones resbalosos que endulza sus hocicos de estampilla, cerrados a fuerza de confesión en el maletín que no los fuerza al sacrificio. Son las cartas el desparpajo a su conciencia: muda en el ejercicio de la redacción; pero tan lúcida si de gesticular se trata, pues ya con la pupila representan un "Querido esposo" y los dos puntos son marcados con sus orificios nasales.
Esto es señalética del tacto y negación del símbolo que dificulta la dispersión. Han leído tanto comido tanto bebido tanto que la imposibilidad de verse dispara en sus sienes la certeza infinita del pleno entusiasmo.
Agujereado el roce en la médula o el balcón, se observan gotear sobre las sábanas con su estatuto N.N oficiando el verbo.
Son animales convexos sitiados como apóstrofes en mitad de la sílaba, y sus cuerpitos verdosos acentúan la última A de ya se me olvidó lo que es el besar y sus aledaños. El amor no me dice nada.
Sonríen expuestos a la quietud del primer pacto. Elaboran salivas displicentes para sellar todo brote o mal manejo de correspondencia. Lo suyo es tentar al remitente fortuito de las cartas; invitarlo a comprender las intenciones del abecedario y mostrarle así las consecuencias de su adjetivación. La veracidad del acontecimiento será puesta en duda siempre y cuando el anónimo sonría, seguro y perplejo de la anatomía bajo el zinc.

No hay comentarios: