18 de agosto de 2008

Cuarto propio

En este acuario, cada pez va silabando sus escamas.
La palabra es ejecución del cuerpo y de todas las otras vidas untadas en fuegos y anfibios y algas que se mecen en torno a una enfermedad indescriptible: la de dormir con los ojos abiertos; tan pendientes y segregados del mundo, que el agua les sella el lagrimal, como un tilde bien puesto en el recoveco de la A o la corriente que fluye, aceitándoles la lengua.
Los peces y anfibios ardemos en el nácar de nuestro bautismo. Mudos, deshechos como trozos de hielo en una yema dormida que sangra.
A veces, ni la aleta ni una boca levemente dibujada como un gesto impasible sobre el texto bastan para remecer los castillos edificados contra el mundo.
Entonces, nos quedamos en silencio mecidos por el coro de nuestras pupilas, y una ráfaga, un pequeño disturbio, una cascarita de mandarina se nos adhiere al hombro y comenzamos a reír. Lentamente, con furia.
Asciende.
Decrece.
Se dice que la sincronicidad encadena las palabras justas; hasta que una burbuja nos sorprende en el borde, y nos asomamos a la orilla del vidrio. El ruido genera una aproximación al desborde de los sentidos; la conciencia de estos cuellos fileteados por un coral, o un pedacito de arena que tragamos para deshacernos de la tos.
Nos hundimos en un caos de regocijo.
Volvemos a untar los cuerpos en esta danza colectiva del oasis.
Somos paráfrasis de otros peces. Llevamos paréntesis sujetos al nado.
Las mujeres y la novela somos anfibias libremente encerradas en un acuario. Cada palabra, cada gesto, cada hilación ante la secuencia de nuestro bosquejo gotea desde nuestras branquias como el filamento preciso de una poderosa transparencia.

1 comentario:

La paciente nº 24 dijo...

¿Las anfibias sueñan ciudades de agua?
Empíreo húmedo, velocidades de hidrógenos, moléculas batiendo en coral, horizontalidad y escamas.
En tu carrusel me siento invertebrada, estrella de mar, alga y burbujas de puntos suspensivos flotando en el agua.