7 de agosto de 2008

Cascabel y alambre

Desde aquella noche no he vuelto a escribir, quizás por miedo, o simplemente por sentir que de todas formas terminaremos ahogados y no habrá manera de reistirnos al matadero.
Más allá de mi negación, pienso en la taxonomía adecuada para tu traje de buzo, porque la noche es un velero asomado en la pulcritud de tu desnudo y todo gesto estará inmolado por la vista lejana de un lago o ese cubito de azúcar disolviéndose lentamente dentro de mi boca.
El abecedario es una mentira que nos inventamos para continuar acezando el fuego.
Lo más maravilloso de ti es que el cuerpo te queda grande; mucho más que la sobrevaloración que has hecho de mis textos y mi habilidad para ponerle nombres a las cosas.
Chocolate o Lynch es un acertijo para cualquier remordimiento incapaz de desnudarse frente a una ventana.
El silencio lo inventamos los noctámbulos para sellarnos el miedo a la impermanencia.
Esto no es una carta ni un diario de vida.
Ni siquiera es un día.
Es el principio de un sueño inconcluso.

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