17 de junio de 2008

Sí.
Como si nos lo hubiésemos propuesto. Esta afirmación engloba el submundo de bendiciones y levantadas de ceja; no sé; supuestamente acontecía fiebre sin hacer uso de la pulpa que nos emanaba profusamente de los talveces. Y es que ni siquiera alcanzábamos a enredarnos con las manos superpuestas. Bastaba un recelo de aparente lujo para que nos aferráramos al estado larvario. Tú me hablabas hacia adentro. Yo comprendía los silencios como propios; pues no existe comunión más evidente que la de los anfibios jugando a secuenciarse.
Esta laguna tipo ensueño moderó nuestros hábitos nocturnos girando a condecirse ante la verdadera estrella de cal; tan coqueta y excavadora ella; acuática, subalterna; vocalización del cortejo y la Bromelia; nos fertilizábamos inmediatamente para la geografía de la deshora. Resbalábamos en la salmuera, la boca estrecha, el huevo de espuma.
Como si nos lo hubiésemos propuesto; como si este hábitat accidental cerrara nuestras bocas en pos de los refugios; imantando con levedad todo cuanto se nos presentara como eterno; jugando, croando, multiplicando el rito genuino de despedirnos con palmadas en la espalda; porque si de algo debíamos jactarnos era nuestra tibia mala educación.

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