22 de febrero de 2008

El agua nacarada incita al roce a fuego


Es un dolor intenso que se te cuela así, por los ojos; los brillantes ojos que miran detenidos algo redondo y esparcido en el resto del cuerpo, porque las manos son como aletas o alas de mariposas que sacuden bruscamente el mundo, y es similar a matar una polilla: el polvo gris coloreando el aire entra luego por la nariz para enquistarse en los cartílagos diminutos y la carne húmeda que rodea ambas fosas.

Inhalar y exhalar suponen acciones automáticas que sin embargo movilizan varios órganos internos, fundamentales para el desarrollo de este organismo ingrato y reacio a las retribuciones de afecto.

Cuando los gatos se lengüetean las patas, ese cosquilleo caliente hace tiritar involuntariamente los párpados, porque si de vez en cuando las pupilas se dilatan, se cierra gran parte de la intemperie que cubre las sombras danzantes entre una esquina y otra de los corazones penetrados por un celofán. No obstante, los felpudos felinos no han visto a los peces de colores cuyas branquias se cierran para no ahogarse en ese mar salado que es la sangre; y resbalan entre ellos y luchan escama contra escama superponiéndose secreta asperidad como el roce y la fisura carcomida en el nadar.

Una frente a otra, la lengua de los gatos humedece el pelaje escarlatino, que es como decir brillante o tejado o apareamiento, y ese rito los perpetúa majestuosos silabando, maullando como sólo ellos saben hacerlo en aquellas noches de estrellas o vuelo de libélulas.

Aúlla cuando observan los perros la luna. Es un dolor intenso que se te cuela por los huesos de las manos; esos pequeños átomos calcificados y agrupados en bloques que sostienen el lápiz y las auñas y arañan y tocan y aprietan y dejan partir, porque no existe adiós que no sea forzado; y eso los peces lo saben muy bien. Es ese maldito cariño el que cierra la boca llena de llagas para no mascullar el malogrado cuerpo prestado.

No se sabe del pez hembra hasta el desove; y la filosofía acuática es muy sabia: Los espermatozoides viajan a través del hidrógeno y el oxígeno, evitando el contacto sexual.
Por eso los peces no tienen nombre.

Los gatos de agosto copulan y cada cría pertenece a distinto padre. Está científicamente comprobado que todos se engendran en bolsas diminutas que los hacen flotar hasta el término de la gestación. (Los peces y gatos nadan).

Es un dolor intenso saber que los pies se arrugan en el agua; más aún cuando se naufraga en la acidez de un olvido que sube por el esófago y quema. Sevillano carnaval. Cuando estos animales disímiles se juntan, el reflejo los ciega como se oscurece un rayo en el cuerpo de la muñeca y pestañea.

Los nombres alivianan la melancolía pastosa de una canción escuchada a medias, porque el tiempo no alcanza o sobra cuando la carencia se ha grabado a fuego en los muslos blancos y el dolor. Por eso se escribe y se dice que duele; aunque los peces y los gatos jamás puedan comprenderlo; aunque continúen brillando en una pileta de manotazos, pues amar ciertamente es un suicidio demasiado extraño.

1 comentario:

Camila dijo...

nosotras
también nadamos
casi siempre
solas
lo demás
es un milagro