21 de febrero de 2008

(Duerme prófugo el remolino de un niño)


A las tres y cuarto de la mañana
me confundo al pensar
que edificamos un destino
ceñido a la curva de mi cintura.

Es que esta necesidad matinal
me abre a la obscenidad de un roce fortuito
que nos hunda como barriletes
en el cielo de los peces.

Bosqueja la noche
un movimiento empotrado
en las alas de tu desarme.

Añoro surcar
la generosa institución de tu espalda
y que la lengua nos mencione adjetivos
más allá de nuestras constelaciones.

A las tres y cuarto de la mañana
estamos manoseándonos en clave morse.

A las tres y cuarto
implosionan estrellas
que me escuecen el esófago
para fertilizarme las aberturas.

A las tres y cuarto
nuestras madres lanzan ecos
sosegadas por las artimañas del inconsciente.

No me digas que no soy un vicio
empapado en el coraje de tu culpa.

Entonces te haré el amor lentamente,
mientras estés despierta
y las gatas duerman.

Soy asidua a la sustancia de tu cuello.

Venero las benditas formas
con que te resistes
a declararme la independencia.

Nada mejor que hacer de ti
un espacio que me revela la incerteza.

Por eso mastico en tu ingle
agujas que me prohíben el olvido.

1 comentario:

Camila dijo...

se han enmudecido las monturas
y los labios humectan
la probabilidad del fuego

(...)

ya ves
dejamos de ser princesas felices





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