Tú, ya no; nunca. Pero las manos de este mar rotulando versos; un cachalote en camisón o un bosque ahogado y preñado de ferrocarriles. Tus palabras para detenerme, tus fotos para tenderme a buscar un lago, como una fruta hermética y marina. Cruje el agua bajo mis pies descalzos hasta la orilla. La tipografía que ha creado una anfibia para medir el mundo, un vuelo roto, un alfabeto impreso donde florecen los continentes de las cosas. Y tú. Ya no. Nunca.
Hoy ha muerto un pez suicida. Disparaba al aire redes de alambre, mensajes de pájaros, ausencias de agua.
Permíteme que siga viniendo hasta que se acabe la zambra mora de tus letras.
En su estado primigenio, la larva tiñó sus agallas con el velo impreciso de la evolución; ruptura celeste o humedad cutánea avalada por su metamorfosis. Escuchó la señalada una esquirla en mitad del lagrimal, convenciéndose de la trizadura de sus bordes. Hubo un momento para aunar las cloacas y los esfínteres. Muy a menudo se presentó al acecho de animalitos menores y pequeñas plantas, aunque la larva estaba para otras cosas. Exceptuando las branquias y el dimorfismo sexual, todo en ella se resolvía como un claro silencio frente al reproche. Agazapada en la mirilla, antecedió las respuestas ante posibles interrogaciones. Luego; un cuello, una vértebra, una boca. Más allá, el colmo de su espacio: su carencia; su secreto de anfibia.
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Tú, ya no; nunca. Pero las manos de este mar rotulando versos; un cachalote en camisón o un bosque ahogado y preñado de ferrocarriles. Tus palabras para detenerme, tus fotos para tenderme a buscar un lago, como una fruta hermética y marina. Cruje el agua bajo mis pies descalzos hasta la orilla. La tipografía que ha creado una anfibia para medir el mundo, un vuelo roto, un alfabeto impreso donde florecen los continentes de las cosas. Y tú. Ya no. Nunca.
Hoy ha muerto un pez suicida. Disparaba al aire redes de alambre, mensajes de pájaros, ausencias de agua.
Permíteme que siga viniendo hasta que se acabe la zambra mora de tus letras.
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