Y que me vivas 72 horas adherido al cuerpo como un puñado de lepras y toses y acentos finales que remezcan cada doblez de mi fibra; tan pluscuamperfecto en esa cara de impasible talento.
(Gastado y gestado desde la vértebra. Pulsado y ciego a mis rasguños de letras)
Y que me finjas y me busques con la indiferencia más absoluta
mirándome y cediendo desde tu acuario
porque las serenatas son paja molida
en el cuello de los cazadores.
Buscarte un surco en mitad de la espalda
y cuando descubra el punto álgido de tu ingle,
morderla y descubrir si pestañeas con una lágrima a punto de brote.
Este reino es todo un castillo edificado con arena de tu dermis.
Si quieres que empuje los verbos con la lengua, acércame a la orilla del trazo.
Éste es un puente insondable
para peatones de callejones oscuros.
23 de noviembre de 2008
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